lunes, 21 de mayo de 2012

Diario de abordo

Domingo treinta y cinco de un mes cualquiera del año en que tú y yo nos conocimos.
" Quiero dibujar sonrisas como la luna, y no me ayuda que no me quieras ver ya, ni en pintura"

Queridos navegantes de esta locura,

          Llegamos al día número mil ciento sesenta y tres de esta travesía. Los víveres se están acabando, el agua la tenemos que racionar como si de pan se tratara. No queda más que tres peces que pescamos ayer, cinco barriles de ron y tres litros de agua. Queridos pasajeros del barco pesadilla, os he intentado mantener sobrios durante todo el viaje, para que vierais con qué pies caminabais y hacia que rumbo. Llega el momento en el que se lo voy a dejar todo a la imaginación, que ya el alcohol os dejará ver solo lo que queráis ver. Yo ya no voy a participar más como capitán de esta pesadilla.

          Os mentiría si dijera que no he probado ese ron antes, que no bebí muchas veces para olvidar nuestras tardes deambulando por este mar. No os dí, pues pensé que sería mejor para vosotros no probar ese liquido dorado que solo os haría perder la cordura. Llegado este momento he de confesaros que nunca supe hacia donde nos llevaba el rumbo que os indicaba. Nunca seguí ningún mapa, ni ninguna ruta antes navegada por un temido pirata. Os deje que me guiarais con vuestros propios pasos, hacia el camino que vosotros marcabais. No hemos alcanzado tierra, ni paraíso alguno... siento que debí exigiros un rumbo determinado.

          En este punto, en el que siento que trazamos círculos, os dejo este mensaje antes de beber ron hasta perder el conocimiento. Hemos superado a las temidas sirenas, con la ayuda de los dioses, hemos sobrevivido en el mundo de los cíclopes y al de las tinieblas. Y no he sido capaz de llegar sin probar un trago de este elixir a casa, no sé siquiera si seremos capaces de llegar a casa. Por lo que, temidos piratas del barco pesadilla, he de confesaros que solo hay una cosa a la que nunca he podido matar, y es al...

- ¡Tierra a la vista!, ¡Capitán estamos salvados!


El capitán arrancó la hoja sobre la que estaba escribiendo y la lanzó por la borda:


Domingo treinta y cinco de un mes cualquiera del año en que tú y yo nos conocimos.

          Queridos navegantes de esta locura,
           Hemos divisado tierra, se acabó el navegar a la deriva, volveremos a ser los temidos piratas de aquel barco pesadilla.


lunes, 7 de mayo de 2012

Bailar hasta desaparecer.

Los hielos se iban derritiendo poco a poco en la copa, los pies cada vez estaban mas inestables sobre aquellos finos tacones que la mantenían de pie. Todo daba vueltas, los minutos eran horas y las horas segundos. La gente bailaba loca y desenfrenadamente a su lado, la música no paraba de sonar, todo era tan extraño. 

A más de cien kilómetros de ella, estaba él. Tumbado en la cama, pensando como podía hacer para que aquel silencio que le rodeaba se pusiera a gritar. Y a su derecha un móvil, abierto en aquella conversación que tanto deseaba borrar del tiempo, hacer que desapareciera y que nunca hubiera existido. 

Los hielos se convertían en agua, no era capaz ni de mirar el móvil que no paraba de vibrar. Él, sería él, querría arreglar aquello que con tres palabras había destrozado. Había elegido con exactitud las tres palabras más perfectas para hacerla daño. Era una tontería y quizás nadie entienda nunca, salvo ellos, el poder que esas tres palabras tenían. 

No pienses más, se repetía él. Olvídate de él, le repetían a ella. Te sigue queriendo, se convencían los dos. 
Alargo la mano, y de la mesilla cogió su ipod, sin pensarlo eligió una canción al azar y se puso la música tan alta que llegó a ahogar sus pensamientos. Mientras, ella, se dejaba llevar por el efecto de los hielos, bailaba sin parar. Pensaba seguir bailando hasta desaparecer. 

Esa noche, el destino quería jugar con ellos, quiso hacer que no fueran capaces de olvidarse el uno del otro, ni tan siquiera por un segundo. Con la precisión con la que solo goza un reloj, fue capaz, el que mueve los hilos, de ponerles su canción en el mismo segundo. Se quedaron quietos, no podían ni respirar, en ese segundo todo se volvió negro, nada tenía sentido ni color. Ella salió corriendo, se estaba ahogando escuchando esa canción entre tanta gente. Él se ahogó en sus pensamientos, no podía salir de ellos. Y con la misma precisión, a los dos les llegó un mensaje, con las únicas tres palabras que podían resumir lo que solo ellos sabían: Maldita nuestra dulzura.