lunes, 24 de octubre de 2011

Una amiga comestible e inseparable

Miles de manos corren hacia a ti y abren sus bocas bien grande para quitarte un pedacito. Mayores o pequeños, todos tenemos un amigo inseparable. Aquel que te traía tu madre a la salida del colegio, que comprabas en la cafetería para dar envidia a los demás. Se vuelve tu compañero por la mañana junto a los desconocidos de la universidad o te hace sonreír cuando lo dejas con el novio.

En el momento en el que entras por la puerta de tu nueva cafetería y la ves ahí brillante. En ese momento descubres que un lugar nuevo no es totalmente desconocido, allí esta ella para sacarte de ese pequeño caos. La ves y recuerdas los patios del colegio con tus amigos de siempre. En el instante en el que tu boca se llena de su dulzor, aquel sitio se convierte en el recreo de otros años. Bocado tras bocado todo se da la vuelta y te sientes menos rodeada de personas extrañas. Miguita a miguita caen recuerdos y se forman nuevos que te acompañan a lo largo de cada mordisco.

Se va acabando, y antes del ultimo mordisco, recuerdas anécdotas junto a ella. ¿De que están hechas realmente? Aunque no lo sepa nadie están hechas de partes intimas de una persona, de risas al lado de un radiador y de viajes a la papelera para tirar el envoltorio. Esta hecha de meses de Diciembre comiendo con guantes y de meses de Junio en los que los exámenes no dejan disfrutar de ellas. Están hechas de una piel marrón, cultivada por personas con el mismo tono de piel y amasadas durante horas, con cariño, por una señora mayor que pone un pedacito de su corazón en cada trocito.

Un corazón hecho a mano, que te cuesta poco mas de un euro. Un corazón que estés feliz o estés triste te hace compañía. En los ojos de un niño, enorme, irresistible e interminable. A las retinas de un joven, un desayuno estupendo para recordar y degustar. Da igual por donde empieces a morder que siempre, una boca o una mano agena te deja sin saborear un trozo.

Cada vez que giras la esquina, te llega un olor conocido. Ese que te hace recordar, pero un mismo alimento, ella. Y cuando giras, la ves, con un haz de luz, llamándote a gritos. La miras por el rabillo del ojo para que se calle, pero ahí sigue, tentadora, haciendo despertar tus papilas gustativas. Solo una, solo ella, la palmera de chocolate.