Martes cuarenta y tres,
del mes en que me enamoré de tu mirada.
Queridos navegantes del barco Pesadilla:
Tras encontrar varias veces tierra, saquear mil ciudades y
bañarnos en oro, siento que todo este tiempo os he estado fallando. Creo que ha
llegado la hora en la que os tengo que contar la verdad, sin tapujos, sin
moscas en la boca. Llego aquel día, en el que me situaré en la popa y os
confesaré todos mis secretos. Queridos piratas, queridos amigos, no soy quien
creíais que era. Deje de ser quien fui el día que saqueamos Anolecra.
Vivimos a la deriva, sin rumbo, siguiendo mapas en los que
se ven cruces rojas y se esconden tesoros. Buscamos sin cesar aquello que es
material, aquello que nos pueda proporcionar la alegría de tener cosas…
Queridos amigos, llegó el punto en el que lo material ya no me aportaba
felicidad, aunque con riqueza era más fácil soportar la tristeza. Me siento
todas las noches en el mástil más alto de la vela mayor. El sonido del mar hace
que mi cabeza se sumerja en lo más profundo de mis pensamientos, y es ahí
cuando me doy cuenta que por mucho que llenemos el barco Pesadilla con oro y alhajas,
nunca podremos llenar muchos huecos que quedan vacios en mi mente.
Dormimos cada noche con una mujer diferente, cada dos por
tres abandonamos a muchos de nuestros compañeros como si se tratara de trozos
de pan. El ron cada vez se consume más rápido aunque yo intente manteneros
sobrios… ¿y qué? Camaradas, compañeros, decirme ¿Qué felicidad os a
proporcionado todo este caos en el que nos vemos sumergidos?
Vosotros, mis amigos, mis compañeros y mi familia, vosotros
mas que nadie deberíais saber que vivo enamorado del infinito, de la belleza y
de las cosas que hacen que este mundo sea un poco mas maravilloso, cosas que el
dinero nunca, y bien digo NUNCA podrá comprar. Pues queridos, ya no se me
ocurren excusas para seguir sonriendo. Mis papilas gustativas se han cansado
del liquido dorado que según vosotros, proporciona la felicidad. Y es amigos,
que me enamorado. He caído en las redes de una sirena que no vive en el
mar, de aquella que ha huido de nosotros
millones de veces, hasta aquel día que nos plantó cara en Anolecra.
No puedo seguir navegando sabiendo que ella pueda estar en algún puerto esperando. Su voz se ha metido en mi cabeza como una taladradora y no me deja casi ni respirar. Solo me queda el recuerdo de cuatro fotos desenfocadas y un collar robado. Aquí y ahora, abandono este barco, os dejo al mando de Pesadilla. No espero lagrimas, ni un festín. Simplemente os dejo con este diario de abordo y todo el oro robado.
Acordaos siempre de aquel capitán que tuvisteis una vez, aquel que no solo os proporcionó lo que andabais buscando, si no, aquel que os dejo a la deriva por este mar.
Un capitán, un amigo y un hermano.