lunes, 7 de mayo de 2012

Bailar hasta desaparecer.

Los hielos se iban derritiendo poco a poco en la copa, los pies cada vez estaban mas inestables sobre aquellos finos tacones que la mantenían de pie. Todo daba vueltas, los minutos eran horas y las horas segundos. La gente bailaba loca y desenfrenadamente a su lado, la música no paraba de sonar, todo era tan extraño. 

A más de cien kilómetros de ella, estaba él. Tumbado en la cama, pensando como podía hacer para que aquel silencio que le rodeaba se pusiera a gritar. Y a su derecha un móvil, abierto en aquella conversación que tanto deseaba borrar del tiempo, hacer que desapareciera y que nunca hubiera existido. 

Los hielos se convertían en agua, no era capaz ni de mirar el móvil que no paraba de vibrar. Él, sería él, querría arreglar aquello que con tres palabras había destrozado. Había elegido con exactitud las tres palabras más perfectas para hacerla daño. Era una tontería y quizás nadie entienda nunca, salvo ellos, el poder que esas tres palabras tenían. 

No pienses más, se repetía él. Olvídate de él, le repetían a ella. Te sigue queriendo, se convencían los dos. 
Alargo la mano, y de la mesilla cogió su ipod, sin pensarlo eligió una canción al azar y se puso la música tan alta que llegó a ahogar sus pensamientos. Mientras, ella, se dejaba llevar por el efecto de los hielos, bailaba sin parar. Pensaba seguir bailando hasta desaparecer. 

Esa noche, el destino quería jugar con ellos, quiso hacer que no fueran capaces de olvidarse el uno del otro, ni tan siquiera por un segundo. Con la precisión con la que solo goza un reloj, fue capaz, el que mueve los hilos, de ponerles su canción en el mismo segundo. Se quedaron quietos, no podían ni respirar, en ese segundo todo se volvió negro, nada tenía sentido ni color. Ella salió corriendo, se estaba ahogando escuchando esa canción entre tanta gente. Él se ahogó en sus pensamientos, no podía salir de ellos. Y con la misma precisión, a los dos les llegó un mensaje, con las únicas tres palabras que podían resumir lo que solo ellos sabían: Maldita nuestra dulzura.