lunes, 7 de marzo de 2011

Hacia ninguna parte.

Tumbada de nuevo como cada noche sobre la cama. La ultima noche que esa cama le contaría secretos y que le diría que en los sueños pueden verse las cosas mas maravillosas del mundo, esa cama que la acompañaba desde hace dieciocho años y que era la única amiga que no la había fallado, la única que cada noche estaba ahí, tragándose sus lágrimas y tragándose las risas mas estúpidas. Esa noche, la cama, le dijo algo muy especial, le dijo que en los sueños puedes ver la mirada de la gente que mas quieres, de aquellos que mas anhelas ver...

Se durmió, mientras las ultimas gotas recorrían su cara, esas gotas que eran de despedida, pero que también eran de dolor, de pena y de perdida. No importaba lo que fuera a pasar a partir de esa día, porque como se había prometido muchas veces, no iba a echar la vista atrás, no iba a dejar que nada la hiciera cambiar ese camino que iba a tomar.

Se despertó, pero sin ánimos, la cama también estaba triste por lo que no pudo decirle esas palabras de animo que le repetía cada mañana. Cogió su maleta, era demasiado pronto para que alguien la viera huir, pero demasiado tarde para que alguien pudiera impedirle que lo hiciera. Abrió la puerta, con cuidado de no despertar a nadie, puso un pie fuera de su habitación, se giro para cerrar de nuevo la puerta y no puedo evitar mirar. Todo estaba vacio, solo quedaban los muebles viejos y llenos de pintura y su cama. Pudo ver la tristeza inerte en aquellos muebles. No quedaba nada, todo estaba vacío.
Poco a poco fue bajando las escaleras, y a medida que avanzaba por los escalones dos sentimientos se le iban haciendo mas grandes. Uno, el de emoción y felicidad, el que sientes en el pecho cuando tus sueños están a punto de cumplirse. Y otro, de pena, de arrepentimiento, de soledad, uno que te hace volver a tu cama, acurrucarte, taparte hasta los ojos y volver a dormir bajo en calor de tus sabanas.

Puso el café en marcha, la tostadora empezó a hacer su favor. Volvió a subir, entro en el cuarto de sus padres y les dio dos besos. Entre sueños los dos le preguntaron si ya se iba, ella no contesto, les volvió a besar y juro que llamaría cada día.

Se volvió a despedir de las cuatro paredes moradas que habían sido su mundo durante años, y sin pensárselo mas bajo, le dios tres sorbos a su café, dos mordiscos a la tostada y con su maleta llena de recuerdos, emprendió un nuevo camino hacia ninguna parte.

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